A pesar de nuestras diferencias, la adic-

ción hace que todos naveguemos en el

mismo barco. Es posible que nuestras ex-

periencias personales varíen en cuanto a su

esquema individual, pero al final, todos tene-

mos lo mismo en común: una enfermedad

o trastorno llamado adicción. Conocemos

muy bien las dos cosas que componen la

verdadera adicción: obsesión y compulsión.

Obsesión, esa idea fija que nos hace regre-

sar una y otra vez a nuestra droga en parti-

cular, o a algo que la substituya, para volver

a experimentar el alivio y bienestar que una

vez conocimos.

La compulsión consiste en que una vez

empezado el proceso con la primera droga,

cualquiera sea ésta, no podemos parar por

nuestra propia fuerza de voluntad, debido a

que por nuestra sensibilidad física estamos

en las garras de un poder destructivo supe-

rior a nosotros.

Cuando al final del camino nos damos

cuenta de que no podemos seguir funcio-

nando como seres humanos, ni con drogas

ni sin ellas, todos nos enfrentamos al mismo

dilema: ¿Qué queda por hacer?

Parece que hay dos alternativas:

 o continuamos lo mejor que podamos hasta el amargo final (cárce-

les, hospitales o la muerte) o encontramos

una nueva manera de vivir. Años atrás, muy

pocos adictos pudieron escoger esta segun-

da posibilidad. Hoy en día tenemos más

suerte. Por primera vez en la historia de la

humanidad, existe a disposición de todos

nosotros un sencillo programa espiritual

—no religioso— llamado Narcóticos Anóni-

mos, que ha entrado en la vida de muchos

adictos.

Cuando hace unos quince años* mi adic-

ción me llevó a un punto de completa im-

potencia, derrota e inutilidad, no existía NA.

Encontré AA y allí conocí a otros adictos que

habían descubierto que ese programa era

una respuesta a su problema. Sin embargo,

sabíamos que muchos otros seguían cuesta

abajo, rumbo a la desilusíon, la degradación

y la muerte, porque no podían identificarse

con el alcohólico de AA. La identificación se

manifestaba a nivel de síntomas visibles, y

no a un nivel más profundo de emociones o

sentimientos, que es donde se convierte en

una terapia curativa para todos los adictos.

Con otros adictos y algunos miembros de

AA, que tuvieron gran fe en nosotros y en el

programa, formamos en julio de 1953 lo que

hoy conocemos como Narcóticos Anónimos.

Creíamos que a partir de ahora el adicto se

identificaría desde el principio, tanto como

le hiciera falta, para convencerse de que po-

día mantenerse limpio mediante el ejemplo

de otros cuya recuperación se había prolon-

gado durante muchos años.

Ha quedado demostrado durante todos

estos años que esto era fundamentalmente

lo que necesitábamos. Este lenguaje mudo

de reconocimiento, creencia y fe, que llama-

mos identificación, creó la atmósfera en la

cual podíamos sentir el paso del tiempo, en-

trar en contacto con la realidad y reconocer

valores espirituales En nuestro programa .